-¡Eh, eh, chaval, qué haces, cagoenlaputa!- Higinio salió corriendo detrás de Andresillo, pero era demasiado arriesgado dejar la barra vacía; había mucho chorizo por el barrio. Total, por un plato de aceitunas, no merecía la pena. Pero le jodía enormemente que le tomaran el pelo.
Aunque se tenga experiencia en la huida, no es fácil correr con un plato de aceitunas en la mano. Correr, correr, correr. El caldillo que se cae. No importa, qué va a importar el caldo. La mano se moja. Una aceituna, mierda, al suelo. Tira el plato y quédate con las aceitunas, tonto. No puedo, no puedo parar. Piensa en la coleta de Elvira y no mires para atrás. Ahora. Ya no le sigue nadie. Está en una plaza con bancos, con señoras, con perros. Hay otros niños de su edad, juegan a fútbol. Andresillo echaría unas bolas, pero no sabe qué hacer con el puñado de aceitunas. Podría apretarlas fuerte en la mano y no soltarlas mientras corre detrás de la pelota, pero teme que se estrujen y se echen a perder. Lo mismo si las guarda en el bolsillo. De todos modos, los otros niños casi nunca le dejan entrar. Sobre todo si están las mamás mirando. Algunas dicen MarcosoJavier vámonosacasaamerendar justo cuando él llega. Además de las señoras y los bancos y los perros y los niños, hay en esta plazuela dos terrazas. Andresillo se pasea entre las mesas; observa y calcula el tiempo que tardará cada una en quedarse vacía. ¿Qué toman? De lejos solo se ven los vasos. Descarta a los que beben café, infusiones, batidos. Se acerca. Una mujer con el pelo rosa y una pluma colgada al cuello lo mira.
-¿Cómo te llamas?
-Andrés.
-¿Y tienes hambre, Andrés?
El chaval no responde, pero permanece allí, como paralizado. La cabeza rosa le ha sonreído y ha estirado el brazo ofreciéndole su aperitivo. Andrés mira el platillo con almendras, kikos,pasas; niega con la cabeza. Corre.
En la terraza de al lado Andrés encuentra un tesoro. Al cerrarse un ordenador portátil, quedan al descubierto media docena de aceitunas abandonadas. El joven del traje deja dos monedas sobre la mesa y se marcha. Andrés apenas ha mirado las olivas antes de agarrarlas. Solo corre,corre, otra vez corre con las aceitunas en la mano. No sabe que esta vez nadie le sigue. Apoyado en la fuente, busca un palo finito, muy finito; tiene que serlo para poder sacar uno a uno el trocito de pimiento. Ahora sí, ahora están todas como deben estar. Lo comprueba mirando a través del agujero. Ve el mundo al otro lado de una aceituna. Un montoncito rojo queda en el pretil casi a modo de firma.
-¿Quieres que te pida algo para comer, majo? – Andrés se pregunta por qué casi siempre son señoras solas las que le ofrecen comida. El chico asiente.
-Muy bien ¿y qué te gustaría?
-Aceitunas.
-¿¡Aceitunas!? ¿y no preferirías algo más... no sé, más grande?- Ríe como si hubiese hecho un chiste. Está nerviosa. Sus dientes tienen carmín. Andrés no contesta a la pregunta. La mujer vuelve de la barra unos minutos después con un plato de aceitunas y un paquete envuelto en aluminio.
-Toma, tus aceitunas. Y esto por si luego te apetece.
Los ojos de Andrés parecen haberse quedado flotando en el plato de las aceitunas, como dos más.
-Ésas no valen.
-¿El qué?, ¿las aceitunas?
-Tienen hueso. – Y vuelve a correr pues es lo que mejor sabe hacer.
Andrés recorre las tascas de la zona; y va descontando. Con seis más podría valer. Cuatro, tres. Le costará un par de hurtos más y alguna bofetada poder llegar al poblado, buscar a Elvira, que estará jugando con sus hermanas, decirle ven un momento, Elvira (eso será lo que más le cueste de todo) y darle la cajita alargada que encontró ayer en el descamapado. Elvira abrirá la caja y le dará un beso en la mejilla. Ensartadas en una cuerda colgarán de su cuello las aceitunas sin hueso.