lunes, marzo 21, 2005

Aceitunas sin hueso de Javi

Las aceitunas sin hueso se me están convirtiendo en una obsesión. En la taberna, Magallanes, siempre me las pone de tapa.

- Magallanes, ponnos dos riojas de la botella que guardas para don Melquíades y que a los demás nos escatimas hasta cuando te lo pedimos, ese gran reserva del setenta y tantos que dice él. No me mires así, que sabes que digo la verdad. Además hoy tengo cuartos de sobra que me han «pagao» una terminación de decenas en la suerte de los ciegos. Casi cincuenta euros.

Él te los sirve; eso sí, te mira como si le hubieras insultado y luego alarga la mano con el platito al tarro de aceitunas y te lo llena. Lo empuja entre las dos copas y se aleja para seguir leyendo su periódico en el otro extremo de la barra, allí donde la luz artificial es más blanca.

- Coño, Magallanes, te podías haber «estirao» que a estos vinos viejos les pegan más unos taquitos de queso o una buena tapa de jamón bien «cortao». Magallanes, nos tienes hasta los huevos con las aceitunas sin hueso.

Te mira como si estuviera cansado del juego y parece que va arrancarse a decir «vete a la mierda Matías» pero no lo hace. Si le aprietas algo más se descuelga con un simple «otro día será» y vuelve la vista a su periódico. Creo que lee las noticias de sociedad, al menos los informes estadísticos, aunque sean sobre los asuntos más peregrinos, y luego se pasa todo el día recordándonos datos:

- Ayer leí en el periódico que el 90% de los que fuman tabaco rubio han cometido al menos una infracción de tráfico en los cinco últimos años.

- Vale, Magallanes, que ya te sigo, que te estás volviendo como mi mujer. ¿A ti qué coño te importa si fumo o dejo de fumar?

Son muchas horas las que paso en la taberna con una copa de vino y un platito de aceitunas para que no me apetezca fumarme un cigarro de vez en cuando. Además, luego viene lo peor: subir a casa con mi señora. Y subo, y me la encuentro en la cocina, con el mandil de cuadros azules y con las manos metidas en harina, o en carne picada, o qué se yo en qué.

- Ya estoy en casa Mercedes.

- ¿Qué tal el día?

- Nada, ni un céntimo he «vendío». Que el negocio está cada día peor.

- ¿Te pongo un vinito mientras termino de hacer la cena?

No digo nada. Y me pone un vinito blanco de su tierra con unas aceitunas sin hueso. Y la tenemos, que lo sabe de sobra, que es la misma tapa de la taberna y que se lo tengo dicho mil veces.

- A ver, Mercedes. ¿Cuántas veces hemos «hablao» tú y yo de que las aceitunas, sobre todo las que son sin hueso, me estriñen? Es que no te entiendo, la verdad. Parece que lo que te digo te entra por un oído y te sale por el otro.

- Lo siento cariño, pero el médico me ha dicho que eso no puede ser y además me dice que son muy buenas para el colesterol. ¡Y no me digas que no lo necesitas, que cada día estás mas redondo! Si hasta tu hijo, cuando pregunta por ti, no dice «dónde está papá» sino que me pregunta con ironía «y la pelota, ¿no ha venido todavía?».

- No me digas que lo sientes, que sé de sobra que lo haces a propósito. Uno se mata todo el día a trabajar para que luego al llegar a casa lo único que le den sea unplato de aceitunas sin hueso. Que no, Mercedes, que no, que esta no es forma de tratarme. Estoy muy «delicao» y ni una alegría me das. ¿No podías partir un poco de jamón?

- Eso, el jamón lo tienes prohibidísimo, o ¿ya no te acuerdas que haces régimen sin sal? Se te olvidó el infarto del año pasado, ¿a que sí? Claro, cómo tú lo único que hiciste fue estar en la cama. ¿Y yo, los paseitos diarios al hospital, el cuidarte a todas horas, las noches mal durmiendo en el sofá?, ¿no piensas en mí? ¿Y aguantar a tu hermana, que tiene la misma horchata que tú por sangre?

- Perdona, Mercedes, tienes razón. Además, estas aceitunas están muy ricas. Es que ya sabes, la fatiga del trabajo, que me altera y lo pago contigo.

Y le doy un beso; ella se hace la remolona, pero al final se le pasa y tenemos una cena tranquila.