¿Playa o montaña? ¿Verano o invierno? ¿Zapato o zapatilla? Al principio uno de nuestros juegos favoritos había consistido en elegir entre dos opciones sin apenas darnos tregua. Si aquella especie de obsesión compartida nos ayudó a conocernos mejor o tan solo a parecer más brillantes a los ojos del otro, no podría afirmarlo ni siquiera hoy. ¿Dentro o fuera? ¿Blanco o negro? ¿Arriba o abajo? No valía quedarse indiferente. De hecho, nada nos repugnaba más que la apatía, las medias tintas, la mediocridad: esa falta de entusiasmo de tantos indecisos al borde de la nada. Lo de menos era encontrar una explicación cabal para nuestros veredictos. Lo que de verdad importaba eran las chispas de ingenio y complicidad que saltaban entre los dos en medio de las asociaciones más inesperadas.¿Corona o laurel? ¿Trinchera o campo abierto? ¿Crucifijo o letanía?
Ni siquiera la política, o eso que llaman religión, por no hablar de ciertas comparaciones odiosas entre parientes y otros allegados, lograron hacer mella en nuestro malabarismo de manos abiertas. Hasta que, en pleno delirio, surgió una insignificancia: ¿Con o sin hueso? Yo me refería las aceitunas. A partir de aquel día, cesó el juego; todavía sigo preguntándome el motivo real.¿Qué tipo de malentendido era aquél? Pues, entrenados como estábamos para dar rienda suelta sin miedo a nuestras intuiciones, la propuesta inocente precipitó una marabunta de reproches que parecían venir de otra parte. Que si ya estaba bien de oposiciones binarias elementales que no reflejaban la realidad, que si el mundo era mucho más complejo que eso, que qué empeño por volver las cosas del revés. Al parecer, lo del deshuesamiento era el colmo de la insensibilidad, como si fuera posible arrancarle a uno el corazón y preguntarle a continuación: ¿con o sin?
A decir verdad, yo no estaba acostumbrado a tantos miramientos. ¿No notas lo blanditas y jugosas que se ponen, y cómo se deshacen en la boca?, le decía intentando convencerla de mis buenas intenciones. Pero no hay chiste que resista explicaciones, como no hay segundas oportunidades una vez roto el embelesamiento: la gracia es un don que se esfuma como por ensalmo. Ella insistía en hacerme ver el meollo del asunto como si le fuera la vida en ello. Yo sólo quería continuar y pasar página lo antes posible. Ella hablaba del vacío existencial y de la sustancia escondida en las partes duras, ésas que la mayoría rechaza sin darse cuenta de que la carne agarrada al núcleo suele ser la más sabrosa. Yo me resistía a tales suplicios. Incapaces de encontrar una tercera vía, tuvimos que dejarlo. No sé si ella habrá seguido jugando como en los viejos tiempos, si habrá inventado nuevas reglas para no perder o si, como yo, anda todavía pensando en la partida definitiva, sin poder decidir si resultó un desastre o un triunfo, un éxito o un fracaso, ¿o quizá hay algo más que se me escapa?