domingo, abril 17, 2005

Conejillos de indias de Borja

Me gustan las verdes. No saben a nada, pero se tragan más fácil que las blancas. Las blancas a veces se me pegan en el fondo de la garganta y entonces hay que dar sorbos con fuerza para que vayan pasando, poquito a poco. Apenas me quitan el dolor de las sienes.

Los polvos saben amargos y me dan sueño. Yo no me quiero dormir.

Prefiero las verdes.


La habitación tiene solamente una cama. No es nada cómoda pero eso a mí me viene bien porque así me mantengo despierto. Cuando me duermo pasan cosas malas. Sueño de color rojo y no conservo recuerdos. Los recuerdos me ayudan a saber quién soy.

Una vez desperté atado. Las correas estaban bien sujetas a mis muñecas y tobillos. Me mantenían en aspa, inmóvil, tumbado en la cama. La cabeza me dolía como si la habitara una lombriz. Sólo veía por un ojo.

La habitación tiene también una ventana por la que se ve el campo hasta la línea del horizonte. No hay árboles y eso a veces me pone un poco triste. También me entristece el patio de la izquierda. En el suelo hay gravilla y cuando la gente lo cruza hace ruidos espantosos, como un bicho royendo un hueso. Alguna vez he tenido pesadillas. La gente desaparece por un ángulo que no alcanzo a ver. No vuelven a menudo.

A la derecha hay un cementerio. Tiene paredes hechas de piedras grandes y redondas con un musgo verdoso que se adivina desde aquí. Entre ellas trabaja un hombre encorvado de tanto mirar en el interior de la tierra. Lleva una pala que clava en el suelo cuando se sienta a descansar. Luego se deja rodear por los cuervos. Cuando reanuda el trabajo los cuervos le molestan un poco y por eso los aparta amagando puntapiés. Pero le gustan en el fondo (como a mí), se sabe porque en el último momento detiene el golpe y empuja a las aves suavemente con la punta del zapato. Ellas dan un salto, un par de aleteos gandules, y van a posarse dos metros más allá. Después le observan mientras cava agujeros.

Tarda muchos días en abrir uno del todo. Sólo está terminado cuando unos hombres sacan el cajón rechinando por el patio, y se lo llevan a él. Resoplan mucho. Con un par de cuerdas lo bajan y desaparece dentro de otro ángulo al que no llego.

Luego se vuelve al agujero. Siempre tarda mucho menos en rellenarlo.


Algunos días viene a verme un hombre con gafas y bata blanca. Me hace preguntas mientras se rasca las patillas con cuatro dedos. Apunta cosas con pequeños garabatos en una libreta. Una vez pude verlos porque me la dejó junto a un lapicero. Me dijo que escribiera en ella lo primero que me viniera a la mente. Parecía nervioso y el flequillo se le pegaba en la frente. Yo miré el lápiz muy de cerca para ver si estaba afilado. Por un ojo no veía. El hombre se abalanzó sobre mí, sujetándome por la muñeca, y me gritó que no lo hiciera. No recuerdo mucho más. A veces sueño cosas rojas y confusas que me dan un poco de miedo.

A menudo despierto y solamente veo por un ojo. El dolor en las sienes es más intenso y le cojo manía a los polvos que me han hecho dormir. Prefiero las pastillas verdes.


Al principio no he visto a los cuervos pero después me he fijado en que volaban en círculos cada vez más cerrados. Uno se ha posado en mi ventana. El agujero parece a punto, hay un gran montón de tierra en un lado y la pala bien clavada como un árbol esmirriado y recto. Me gusta el cementerio. Se oyen pasos. Tengo un poco de sueño.